EL LENGUAJE DEL ADIÓS…

ANGELSALCEDO.COM.VE - Parece que los surcos por los que solemos discurrir se van haciendo más profundos con el tiempo, hasta que tenemos la sensación de que no hay escapatoria. Pues bien, no tiene por qué ser así. Existe una escapatoria. “Soltar” 

Una de las muchas maneras que tenemos de generar desencanto, infelicidad y juicios equivocados es aferrándonos a pensamientos y sentimientos que nos limitan. No es que el «aferrarse» sea inadecuado en sí mismo. 

Es algo perfectamente apropiado en muchas situaciones. Por ejemplo, ni se me ocurriría aconsejar que no te aferraras al volante del coche que vas conduciendo, o a la escalera por la que subes, evidentemente, las consecuencias serían nefastas. 

¿Te has aferrado a una emoción pese a que no pudieras hacer nada para satisfacerla, enderezarla o cambiar la situación que parecía provocarla? 

¿Te has aferrado a la tensión o la ansiedad una vez pasado ya el hecho inicial que las produjo? 

¿Qué es lo contrario de aferrarse? 

Pues «soltarse», por supuesto. Tanto el aferrarse como el soltarse forman parte del proceso natural de la vida. Esta idea fundamental es la base del Método Sedona. Quienquiera que seas, si estás leyendo estas palabras, te puedo asegurar que ya has experimentado a menudo el soltarse, muchas veces sin ser consciente de que así ocurría, e incluso sin que se te enseñara el Método. 

Soltar, o Liberar, es una capacidad natural con la que todos nacemos, pero cuyo uso se nos va condicionando a medida que nos hacemos mayores. Donde la mayoría nos quedamos estancados es en el hecho de que no sabemos cuándo corresponde soltarse y cuándo aferrarse. Y muchos optamos erróneamente por lo segundo, a menudo en nuestro propio detrimento. Hay unos pocos sinónimos de aferrarse y soltarse que probablemente esclarecerán bastante este punto: cerrar y abrir, por ejemplo. 

Cuando lanzamos una pelota, hay que mantener la mano cerrada a su alrededor durante buena parte del movimiento que hace el brazo. Pero si no abrimos la mano y soltamos la pelota en el momento preciso, ésta no llegará a donde queríamos que fuera. Hasta podríamos hacernos daño. 

Otros sinónimos son contracción y expansión. Para poder respirar, contraemos los pulmones para obligar a que el aire usado salga, y luego los expandimos, para llenarlos de nuevo. No nos podemos limitar a inspirar; para completar el proceso respiratorio también tenemos que espirar. 

Tensar y relajar los músculos es otro ejemplo. Si no pudiéramos hacer ambas cosas, nuestros músculos no funcionarían correctamente, ya que muchos de ellos lo hacen en pares opuestos. 

Es interesante señalar el componente emocional del aferrarse y el soltarse, y el grado en que nuestros sentimientos afectan a nuestro cuerpo. ¿Has observado que cuando uno está disgustado, muchas veces aguanta la respiración? En el proceso de respirar, si uno se aferra a emociones no resueltas, se puede inhibir tanto la inspiración como la espiración. La mayoría de nosotros también mantenemos una tensión residual en los músculos, que nunca nos deja relajarnos por completo. Una vez más, son las emociones no resueltas o reprimidas las que constituyen la base de esta restricción. 

Pero ¿por qué nos estancamos? Cuando reprimimos nuestras emociones, en vez de permitirnos experimentar plenamente nuestros sentimientos en el momento en que aparecen, aquéllas persisten y nos incomodan. Al evitar nuestras emociones, impedimos que fluyan a través de nosotros, transformándose o disolviéndose, y esto no parece bueno. 

Represión y expresión 

¿Has visto alguna vez a un niño pequeño caerse y luego mirar a su alrededor para ver si hay razón para sentirse apenado? Cuando los niños creen que nadie les mira, en un instante se sueltan, se sacuden el polvo y actúan como si nada hubiera ocurrido. El mismo niño, en una situación similar, al ver la oportunidad de atraer la atención, puede romper a llorar y correr a los brazos de su padre. 

¿O has visto alguna vez a un niño enfurecerse con un compañero ocon sus padres, e incluso decir algo como «te odio y no te hablaré nunca más», y luego, al cabo de pocos minutos, el niño siente y se comporta como si no hubiese pasado nada? 

La mayoría de nosotros perdimos esta capacidad natural de liberar nuestras emociones porque, aunque de niños lo hacíamos de forma automática y sin control consciente, nuestros padres, maestros, amigos y la sociedad en suconjunto nos enseñaron a reprimirnos a medida que íbamos creciendo. 

Cada vez que se nos decía «no», que nos comportáramos, que nos sentáramos en silencio, que dejáramos de avergonzarnos, que «los chicos no lloran» o que «las chicas no se enfadan», y que maduráramos y fuéramos responsables, aprendíamos a reprimir nuestras emociones. Además, se nos consideraba adultos cuando llegábamos al punto de saber reprimir nuestra euforianatural para la vida y todos los sentimientos que los demás nos hicieron creer que eran inaceptables. 

Nos hicimos más responsables ante las expectativas de los demás, y no ante las necesidades de nuestro propio bienestar emocional. Hay un chiste que ilustra este punto: en los dos primeros años de vida del niño, todos los que le rodean intentan que ande y hable, y en los dieciocho años siguientes, todos intentan que se siente y se calle. 

Cualquier emoción que llegue a la conciencia y no se suelta, inmediatamente se almacena en una parte de la mente llamada el subconsciente. En gran medida reprimimos nuestras emociones escapando de ellas. Apartamos de ellas la atención lo suficiente para poder conseguir que retrocedan. Seguramente habrás oído lo de que «el tiempo todo locura». 

Es algo discutible. Para la mayoría de nosotros, lo que realmente significa es: «Dame tiempo suficiente y podré reprimir cualquier cosa». 

Escapamos de nuestras emociones al ver la televisión, cuando vamos al cine, conducimos, cuando consumimos fármacos recetados o no, cuando hacemos deporte y cuando nos entregamos a toda una serie de actividades pensadas para que nos ayuden a alejar la atención de nuestro dolor emocional durante el tiempo suficiente para poder situarlo de nuevo en segundo plano. 

Estoy seguro de que estarás de acuerdo en que la mayor parte de las actividades de esta lista no son inadecuadas en sí mismas. Ocurre simplemente que tendemos a buscar esas actividades o a tomar esas sustancias en exceso, hasta perder el control. Las utilizamos para compensar nuestra incapacidad de abordar nuestros conflictos emocionales internos. La huida excesiva está tan impuesta en nuestra cultura que ha dado origen a muchas industrias florecientes. 

En el momento en que se nos etiqueta como adultos, sabemos reprimirnos tan bien que el hecho de reprimirnos se convierte en una segunda naturaleza la mayor parte del tiempo. Llegamos a saber hacerlo tan bien o mejor que antes, cuando en un principio sabíamos soltarnos. De hecho, hemos reprimido tanta de nuestra energía emocional que todos somos como pequeñas bombas de relojería. 

Muchas veces, ni siquiera sabemos que hemos reprimido nuestras auténticas reacciones emocionales hasta que ya es demasiado tarde: nuestro cuerpo da señales de dolencias relacionadas con el estrés, nos encogemos, se nos hace un nudo en el estómago, o explotamos y decimos o hacemos algo que luego lamentamos. 

La represión es uno de los lados de la oscilación de ese péndulo que es lo que normalmente hacemos con nuestras emociones. El otro lado es la expresión. Si estamos enfadados, gritamos; si estamos tristes, lloramos. Ponemos nuestra emoción en acción. Hemos soltado un poco de vapor de esa olla a presión emocional interior, pero no hemos apagado el fuego. 

Muchas veces, uno se siente mejor así que con la represión, sobre todo si hemos bloqueado nuestra capacidad de expresión. Solemos sentirnos mejor después; sin embargo, también la expresión tiene sus inconvenientes. 

La buena terapia normalmente se basa en ayudar a establecer contacto con nuestras emociones y expresarlas. Y no hay duda de que unas relaciones sanas y duraderas no podrían sobrevivir si no expresáramos con claridad lo que sentimos. Pero ¿qué ocurre cuando nos expresamos de forma inadecuada en situaciones ajenas a la terapia? ¿Qué pasa con los sentimientos de la persona a quien acabamos de expresarnos? La expresión inapropiada a menudo puede llevar a un mayor desacuerdo y conflicto, y a una mutua intensificación de las emociones, cuyo control podemos perder. Ni la represión ni la expresión representan ningún problema en sí mismas. Simplemente son dos extremos diferentes del mismo espectro que delimita nuestra forma habitual de abordar las emociones. 

El problema surge cuando vemos que no controlamos si reprimimos o expresamos, y muchas veces nos encontramos haciendo lo contrario de lo que pretendíamos. Es muy frecuente que nos quedemos atascados en un extremo del espectro o en el otro. Es en esos momentos cuando necesitamos encontrar la libertad para soltarnos o soltar. 

La tercera alternativa: liberar 

El punto de equilibrio y la alternativa natural a la represión y la expresión inadecuadas es la liberación, o el soltar —lo que llamamos Método Sedona. Es el equivalente a bajar la intensidad del calor y empezar a vaciar de manera segura el contenido de nuestra olla a presión interna. Dado que todo sentimiento reprimido intenta salir a la superficie, liberar no es más que detener momentáneamente la acción interna de mantener cerrados esos sentimientos y dejar que afloren, y ya verás con qué facilidad lo hacen con la fuerza de su propio vapor. 

Cuando uses el Método Sedona descubrirás que eres capaz de reprimirte o expresarte libremente y en el momento adecuado, y te darás cuenta deque con más frecuencia optarás por el punto de equilibrio, la tercera opción del soltar. Es algo que ya sabes cómo hacer. 

¿Has perdido alguna vez las llaves o las gafas, has puesto la casa patas arriba, para luego encontrarlas en el bolsillo? Piensa en la última vez que te ocurrió. Seguramente mientras revolvías toda la casa iba aumentando tu tensión, y quizá, si estabas lo bastante desesperado, llegaste a vaciar los cubos de la basura. No dejabas de darle vueltas a la cabeza, pensando dónde podrías haberte dejado las llaves. 

Luego, casi cuando ya ibas a rendirte, pusiste la mano en el bolsillo y diste un suspiro de alivio mientras la tensión y la ansiedad se desvanecían al ver que ya tenías las llaves, o las gafas. Después de llamarte todo lo que se le puede llamar a una persona, seguramente tu mente se quedó en calma, se te relajaron los hombros, y quizá sentiste que una ola de alivio te recorría todo el cuerpo. Es otro ejemplo de cómo liberas ya en estos momentos. 

Al ir perfeccionando el uso que hagas del Método, verás que eres capaz de lograr este punto de comprensión y relajación, incluso en cuestiones que vienen de antiguo y a cuya resolución has dedicado buena parte de tu vida. Descubrirás que las respuestas llevaban mucho tiempo en tu interior. 

A veces se produce una liberación espontánea en medio de una discusión. Piensa en alguna ocasión en que discutieras acaloradamente con alguna persona que te importe, cuando ocurrió lo siguiente: estabas obcecado, completamente seguro de tener razón y de que tu postura estaba justificada, y de repente cruzaste la mirada con la de la otra persona, sin pretenderlo miraste en lo más profundo de su ser, conectaste con ella a ese nivel que la convierte en alguien especial para ti por su propia forma de ser. En ese instante, algo se relajó en tu interior y tu postura dejó de parecerte correcta. 

Quizá llegaste a contemplar e1 conflicto desde la perspectiva de la otra persona. Tal vez te detuviste un momento para reconsiderar la situación, y luego encontraste una solución fácil y beneficiosa para ambos. Cuando domines las ideas de este método, aprenderás a ver algo más que tu propio punto de vista, lo cual te liberará de todo tipo de conflictos, incluso de algunos que tal vez hayas olvidado que los tienes. 

El proceso de la liberación 

Si repasas tu vida, seguramente recordarás muchos casos en que te liberaste. Por lo general, nos liberamos, soltamos o nos soltamos, por accidente o cuando nos vemos acorralados, sin otra alternativa. A medida que te centres en despertar de nuevo y fortalecer esta capacidad natural que anida en tu interior mediante la práctica del Método Sedona, sabrás someter a tu control consciente el proceso de liberación y convertirlo en una opción viable entu vida cotidiana, incluso en días como el descrito anteriormente. 

La liberación práctica 

Hay tres formas de abordar el proceso de liberación, y todas llevan al mismo resultado: 

1. La primera manera es decidir liberarse de un sentimiento no deseado. 

2. La segunda, aceptar el sentimiento y dejar que la emoción simplemente exista. 

3. La tercera es sumergirse en el propio núcleo de la emoción. 

Permíteme que, para explicarme, te pida que participes en un sencillo ejercicio:
Toma un bolígrafo, o algún objeto pequeño que estuvieras dispuesto a tirar sin pensarlo dos veces. Ahora, póntelo delante y sujétalo con fuerza. Simula que es uno de tus sentimientos limitadores y que tu mano representa tu voluntad o tu conciencia. 

Si sujetaras el objeto el tiempo suficiente, empezaría a parecerte incómodo, aunque familiar. Ahora, abre la mano y haz que ruede por ella ese objeto. Observa que eres tú quien se aferra a él; no está pegado a tu mano. Lo mismo ocurre con tus sentimientos. Están tan pegados a ti como ese objeto lo está a tu mano. 

Muchas veces creemos que un sentimiento se aferra a nosotros. Y no es verdad… siempre tenemos el control, lo que ocurre es que no lo sabemos. Ahora, suelta ese objeto. ¿Qué ha ocurrido? Soltaste el objeto y éste se cayó al suelo. ¿Fue algo difícil? Claro que no. A esto nos referimos al hablar de «soltar». 

Puedes hacer lo mismo con cualquier sentimiento: decidir soltarlo. Siguiendo con esta misma analogía: si fuera san dando con la mano abierta, ¿no sería difícil aferrarte al bolígrafo o a otro objeto que sostuvieras? Pues, del mismo modo, cuando permites o aceptas un sentimiento, estás abriendo tu conciencia, y esto permite que el sentimiento se caiga por sí mismo —como las nubes que cruzan el cielo o el humo que asciende por la chimenea con el tiro abierto. Es como si quitaras la tapadera de una olla a presión. 

Si ahora tomaras el mismo objeto —un lápiz, un bolígrafo o una piedrecita— y lo ampliaras lo suficiente, se parecería cada vez más a un espacio vacío. Verías los intersticios entre las moléculas y los átomos. Cuando te sumerjas en el mismo núcleo de un sentimiento, observarás un fenómeno similar: en realidad ahí no hay nada. Cuando vayas dominando el proceso de la liberación, descubrirás que hasta tus sentimientos más profundos sólo están en la superficie. En el núcleo estás vacío, en silencio y en paz, y no en el dolor y la oscuridad que muchos suponemos. De hecho, incluso nuestros sentimientos más extremos no tienen más sustancia que una pompa de jabón. Y ya sabes qué ocurre cuando tocas con el dedo esa pompa de jabón: estalla. Esto exactamente es lo que pasa cuando te sumerges en el núcleo de un sentimiento. 

Por favor, recuerda estos tres ejemplos mientras avanzamos juntos por el proceso de la liberación. Soltarte te ayudará a librarte de todos tus patrones de conducta, pensamiento y sentimiento no deseados. Lo único que se te pide es que estés lo más abierto que puedas al proceso. La liberación te dejará libre para acceder a un pensamiento más claro, pero no se trata de un proceso de reflexión. 

Aunque te ayudará a acceder a una mayor creatividad, no necesitas ser especialmente creativo para ser eficiente en ese proceso. Cuanto más te dediques a ver, oír y sentir el funcionamiento del proceso de liberación, en vez de pensar en cómo y por qué funciona, mejor provecho sacarás de él. Déjate llevar todo lo que puedas por el corazón, no por la cabeza. 

Si te encuentras un tanto atascado en tus intentos de comprenderlo, puedes recurrir al mismo proceso para liberarte de «querer comprenderlo». Te aseguro que, a medida que trabajes con este proceso, lo irás entendiendo mejor con la experiencia directa de seguirlo. Así pues, ¡vamos allá! “Decide soltar”. 

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